El avestruz es un animal torpe cuya singularidad es ocultar su cabeza bajo la arena cuando presiente un peligro, convencido de que lo que no se ve no existe. Esta imagen se me viene a la mente inevitablemente cuando pienso en los tres jueces que han condenado, el pasado 7 de abril, a 25 años de prisión al ex presidente peruano Alberto Fujimori (1990-2000) por “responsabilidad indirecta” en dos matanzas perpetradas en 1991 y 1992 por una banda de sicarios que mató en total a 25 personas; y cuando pienso en las organizaciones que supuestamente defienden los Derechos Humanos, que se alegran y califican la sentencia “de gran victoria histórica”.
La condena del ex presidente, llamado
familiarmente “El Chino”, debido a su origen japonés, corresponde realmente a
una cadena perpetua puesto que él tiene 70 años cumplidos, a menos que tenga
una excepcional longevidad.
Esta sentencia puede ser calificada
como una venganza de los avestruces si reflexionamos acerca de lo que hacían
los acusadores y los jueces que han condenado al ex presidente peruano durante
los años 1990-1993, en los que ocurrieron los crímenes juzgados. ¿Qué hacían en
esos años, cuándo Sendero Luminoso, organización terrorista discípula del
monstruo Pol Pot, mataba sumariamente a todos los que le resistían, cuando daba
la impresión de que estaba a punto de triunfar, de que estaba a dos dedos de
tomar el poder y de transformar el Perú en una especie de Camboya comunista y
sanguinaria? Pues tenían la cabeza metida en la tierra y esperaban que alguien,
en este caso el “Chino”, se encargara del “sucio trabajo” de acabar con el
terrorismo.
Una apatía casi institucional ¿Y si
por desgracia el “Chino” fallaba, acaso ellos ya estaban listos para dialogar
con Sendero y a proponerle sus servicios?
Rumores recurrentes, pero por el
momento imposibles de comprobar, permiten pensar que ellos anticiparon una
posible victoria de SL y buscaron entrar en contacto con esa banda terrorista.
Si esto es verdad, la historia revelará la identidad de aquellos cobardes que
hoy se presentan como heraldos universales de los derechos humanos. ¡Pobres
derechos humanos!
Si los padres de los derechos humanos
supieran el uso oportunista y falso que se hace de ellos en Perú, se
sobresaltarían en sus tumbas.
El más representativo de esa
pusilanimidad, que se puede calificar en buena medida de institucional, pues se
extendió en las altas esferas de la sociedad (magistrados, universitarios,
políticos, empresarios, directores de diarios, etc.), es sin duda alguna el
presidente de la ex Comisión de Verdad y Reconciliación (CVR), Salomón Lerner.
Un día, este filósofo admitió que en
esa época él no había tomado conciencia de la amplitud de la violencia y de las
vesanias de Sendero Luminoso porque estaba muy ocupado en sus trabajos
universitarios. Sus trabajos de ese entonces, como los que siguieron después,
eran de tal importancia que nadie los conoce y por lo tanto nadie está en
condiciones de acordarse de ellos, incluso entre sus colegas más cercanos.
Esto me recuerda a algunos
intelectuales franceses que durante la ocupación nazi practicaron la
colaboración tranquila y siguieron publicando, filmando, cantando, y que,
cuando llegó la liberación, aparecieron como miembros de la Resistencia de la
hora 25.
No hay vergüenza de ser cobarde; pero
que no se juegue a ser un héroe cuando el peligro ha desaparecido.
Hoy en día, esa CVR, cuyo informe es a
menudo un tejido de alegaciones increíbles o aproximativas, y que no responde a
ningún criterio científico, pretende distribuir buenos y malos puntos, como si
la lucha contra el terrorismo (pues había en Perú un terrorismo, el de Sendero
Luminoso) hubiera sido un juego mundano de sociedad.
La CVR afirma que esos años de
violencia dejaron 70.000 víctimas, entre muertos y desaparecidos, cifra
superior a las pérdidas norteamericanas en Vietnam. Al mismo tiempo, esa
comisión dice implícitamente que el conflicto peruano fue de media o alta intensidad.
¡Qué absurdo!
Es verdad que algunos de esos
comisionados tuvieron una relación turbia con Sendero. Uno de ellos dijo en esa
época que estaba de acuerdo con los objetivos de Sendero pero no con sus
métodos, que éstos (es decir, el uso de las armas y del asesinato, habría que
recordarle) prematuros.
La izquierda peruana pagó duro su
ambigüedad,.su negativa a condenar firmemente a los asesinos de SL, ya que éste
era una organización de asesinos en serie, sin escrúpulos, sin remordimiento.
La izquierda peruana no obtuvo en las últimas elecciones en 2006 sino un 1% de
los votos. Los electores la juzgaron. Estos mismos electores estiman en un 60%
que Fujimori fue el mejor presidente que el país ha tenido en su historia. La
única cuestión que vale la pena.
Como residente en Lima desde hace diez
años, y periodista de la Agence France Presse (AFP), entrevisté a Fujimori en
cinco ocasiones, incluso una vez lo entrevisté en Tokio, cuando él estaba
exiliado, poco después de su caída en 2000 a causa de una conspiración que,
como distintos índices lo sugieren, habría sido urdida por Bill Clinton y
Madeleine Albright, la entonces secretaria de Estado.
Lo entrevisté de nuevo en Santiago de
Chile, poco antes de su extradición. Durante los quince meses que duró el
proceso de Fujimori, yo asistí a prácticamente todas las audiencias, 161 en
total. Falté a lo sumo a una decena que no eran, además, esenciales.
Puedo decir que conozco el expediente
y también alegar una experiencia profesional de 40 años en el periodismo,
experiencia que me enseñó a saber lo que es un hecho, una prueba, un índice,
una alegación, una suposición, una deducción, una especulación, un conjunto de
conceptos elementales que los tres jueces obviamente ignoran, lo que lanza una
duda sobre su competencia jurídica y sobre su imparcialidad.
En fin, puedo añadir que,
ideológicamente, todo me separa de Fujimori, siendo él un hombre de derechas, y
yo más bien de izquierda. Pero no de una izquierda de salón, como lo prueban
mis compromisos pasados y presentes y la historia de mi familia. Por adelantado,
le niego a quien sea tener la menor autoridad para impugnar mi pertenencia a la
izquierda pues en la izquierda no hay un Papa que fije el dogma.
En sus considerandos, el tribunal no
respondió a la única cuestión central del proceso: ¿Fujimori dio la orden de
realizar esas dos matanzas estúpidas que, obviamente, iban contra la política
que él mismo preconizaba contra el terrorismo, a saber: convencer a la
población, ganarse su simpatía, con el fin de aislar a Sendero Luminoso y a la
otra organización subversiva, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA)?
A falta de pruebas, la parte civil y
el fiscal cambiaron, puedo decirlo sin ironía, su fusil de hombro durante el
proceso.
Al principio, decían que Fujimori era
el jefe del escuadrón de la muerte, del grupo llamado Colina (Colina es el
nombre de un funcionario asesinado por SL), que realizó esos asesinatos y que
él había dado la orden directa de esos crímenes. Como no pudieron probar esta
alegación, entonces inventaron la tesis de que Fujimori es culpable porque él
era el jefe de Estado.
Basándose en una cadena de
suposiciones, dijeron que él había transformado el Estado en una organización
criminal con el fin de implementar una guerra sucia contra el terrorismo. Por
lo tanto, siendo el inspirador de esa estrategia oculta de guerra sucia,
disimulada en los pliegues de una guerra limpia, él era el autor indirecto de
esos asesinatos.
Como nada prueba esa otra alegación
(repito, es una simple alegación), los jueces hicieron una pirueta de gimnasia
jurídica que tiene mucho de realismo mágico: Amontonaron hechos sin relación
evidente, rasparon aquí y allá entre cerca de 500 documentos de índices vagos
con el único objetivo de construir una culpabilidad que parece muy hipotética.
Los jueces demostraron tener una maquiavélica imaginación literaria.
Al final, consideraron que Fujimori es
culpable por omisión, lo que quiere decir que sabiendo que esas matanzas se
preparaban, él no hizo nada para impedirlas. ¿Y qué prueba hay de que él sabía?
El hecho de que en su calidad de jefe de las Fuerzas Armadas y de la Policía él
debía saberlo. Los expertos jurídicos apreciarán la pertinencia, digo bien
pertinencia, no inteligencia, del argumento. Lo digo sin temor alguno: ¡es
grotesco! Individuos sin importancia.
Aceptemos desde un punto de vista
puramente hipotético que los considerandos de los jueces sean fundados. ¿Cómo
entonces puede uno explicar por qué Fujimori habría autorizado o, lo que es
peor, dado la orden de matar a 25 personas sin importancia alguna, que no eran
ni siquiera dirigentes terroristas de segunda o de tercera?
Esas matanzas tenían un inconveniente
principal para Fujimori: le quitaban credibilidad a su política oficial,
proclamada y practicada, de guerra limpia. ¿Por una parte, él tendía la mano, y
por la otra él habría apuñalado?
Uno puede creer que la gente es
imbécil, hasta que llega el momento en que ésta se da cuenta de que ha sido
engañada. Aceptemos incluso que esa política de guerra sucia era cierta. ¿Puede
alguien imaginar que un presidente de la República, incluso de un país pequeño
como Perú, admite dar la orden de ejecutar a individuos sin importancia y sin
ningún peso político o estratégico, como habría podido ser, por el contrario,
la liquidación física de Abimael Guzmán, el jefe alucinado de Sendero, un tipo
mesiánico hasta los forros? Ahora bien, todos los jefes terroristas, incluso
Guzmán, fueron detenidos y están purgando penas.. El llamado “Presidente
Gonzalo” tuvo durante años como vecina de celda a su compañera Elena
Iparraguirre, ellos pasaban juntos todo el día. ¡Bonito ejemplo de la crueldad
de Estado promovido por Fujimori! ¡Fujimori estaba loco o era un asesino en
serie! Si eso es así ¿qué era lo que él buscaba? ¿Satisfacer sus instintos de
asesino, impresionar al gallinero? Desde un punto de vista político, esas
matanzas eran completamente improductivas. Fujimori tiene defectos, desde
luego, pero no se lo puede acusar de carecer de inteligencia.
Por otra parte, el colmo es que el
tribunal no le reconoció a Fujimori ninguna circunstancia atenuante. Es decir,
Fujimori actuó fuera del tiempo y del espacio. ¿En esa época, Perú no estaba
acaso al fondo del abismo y en pleno caos, gracias a la herencia que le había
legado Alan García, de nuevo presidente del Perú a pesar de su desastrosa e
irresponsable gestión en su primer mandato (1985-90)? ¿Acaso los atentados
terroristas, los carros-bomba, no eran diarios? ¿Los cortes de electricidad
causados por los sabotajes a las torres de alta tensión no eran permanentes?
¿Acaso se podía salir de noche? ¿Alguien sabía si volvería a ver a sus seres
queridos al final de la jornada de trabajo? ¿La inflación no era delirante? ¿La
escasez de los productos de primera necesidad no era permanente? ¿No se
destruía el aparato productivo? ¿Perú no estaba al margen de las naciones y
tampoco tenía derecho al crédito externo? No, nada de esto existió, según los
jueces. ¡Fujimori era un extraterrestre, un tipo sediento de sangre, una
especie de Drácula! Las capas populares, las que tuvieron que sufrir más las
salvajadas de SL, reconocen, en una muy amplia mayoría, que él fue quien salvó
al país, que él fue quien le permitió a la gente encontrar una vida normal, si
se puede hablar de vida normal en un país tan pobre como el Perú. Todo eso para
los jueces (¿qué hacían ellos en esa época?) no existió. ¿Magistrados
imparciales?
Los que aplauden esta condena no dejan
de repetir que los magistrados tuvieron todo el tiempo un comportamiento exento
de reproches. Eso es, obviamente, muy discutible. La hostilidad que mostraba el
rostro del presidente del tribunal, César San Martín, lo traicionaba y dejaba
ver que él saciaba una venganza personal. En 1993, en el marco de una operación
de depuración del aparato judicial peruano, corroído por la corrupción
endémica, él había sido excluido de la magistratura.
Tal vez eso fue un error. En todo
caso, él había encontrado en el juicio la oportunidad de vengarse. Uno de sus
asesores tiene, por su parte, un pasado de simpatizante de izquierda. La
izquierda es visceral e irracionalmente anti- Fujimori, por razones demasiado
largas para explicar aquí. Uno de los índices de la falta de imparcialidad es
la ausencia de reconocimiento de las circunstancias atenuantes.
Pero el colmo de los colmos, es que
los jueces afirmaron que las víctimas de esas dos matanzas no tenían nada que
ver con el terrorismo. Entonces, ese considerando significa implícitamente que
Fujimori perpetró asesinatos gratuitos, que ni siquiera se inscribían en la
estrategia de guerra sucia que ellos mismos le reprochan. También afirmaron que
esas matanzas eran crímenes de lesa humanidad. Sin duda, cuando se cruza tal
frontera, ya no hay razón para detenerse.
Esa condena es como si en 1969,
después de su renuncia, se hubiera llevado a Charles de Gaulle ante un tribunal
especial (el tribunal que pronunció este veredicto es un tribunal especial) y
se lo hubiera declarado culpable de las exacciones, torturas y ejecuciones
extrajudiciales practicados en Argelia entre 1958-1962.
Este proceso de Fujimori revela la
inconsistencia, la irresponsabilidad, el infantilismo, la frivolidad, de una
parte de las clases dominantes peruanas, algunos de cuyos miembros se creen
parte de una aristocracia descendente de los conquistadores o virreyes
españoles.
Sendero Luminoso no ha sido destruido
totalmente, ha hecho una alianza con grupos narcotraficantes. Sus grupos
armados operan en una zona de cultivos de coca a 400 km al este de Lima. La
sentencia a Fujimori le abre una puerta enorme a SL para que pase a la
ofensiva. ¿Quién se atreverá de ahora en adelante a oponerse militarmente a
Sendero si la “recompensa” será 25 años de prisión, 25 años que corresponden en
realidad a una condena a muerte lenta en vista la edad del condenado? Fujimori
interpuso el recurso de apelación. Recurso que no fue admitido.
Para resumir, esta condena pone una
línea de igualdad entre Abimael Guzmán, jefe terrorista, y Alberto Fujimori, el
presidente que lo venció y que, en consecuencia, salvó al Perú de una
pesadilla, de una especie de nazismo rojo.
Así pues, según el fallo, nada ocurrió
en el Perú entre 1980 y 1990 por un lado y entre 1990 y 2000, por el otro. Todo
ha vuelto a ser de nuevo como antes. Nada ha ocurrido en Perú, repito. Salvo
que un “chino de mierda”, asesino en serie sin móvil conocido, está en prisión.
Circulen señores, no hay nada que ver.
Por: Ricardo Uztarroz
Periodista y escritor, ex director de
la agencia de noticias France Presse (AFP) en LIMA PERU