En el intrincado tablero geopolítico actual, se libra una silenciosa pero trascendental batalla por el alma de las naciones. En un lado, se encuentran los pilares que tradicionalmente han sostenido a las sociedades y les han permitido perdurar en el tiempo: la identidad cultural, la fe religiosa y sus valores, la integridad familiar, y la democracia y el orden público. En el otro bando, emergen con fuerza el globalismo y el progresismo, dos corrientes ideológicas que, en su afán homogeneizador, amenazan con erosionar estos cimientos esenciales.
El globalismo y el
progresismo, cuyo fundamento ideológico radica en la homogeneización de la
humanidad y, según algunos, incluso en la despoblación, buscan aplicar el
concepto de globalización –inherentemente comercial y económico– a aspectos que
trascienden con creces el ámbito mercantil. Pretenden, en esencia, una
uniformidad moral y social a escala global, implementando mecanismos y
estrategias para socavar los pilares que sustentan la identidad de cada nación.
Al intentar imponer
un modelo amoral que desmantela la identidad cultural de cada país, se ataca
directamente la esencia misma de la nación. La identidad cultural es el crisol
donde se funden las tradiciones, costumbres, lengua y expresiones artísticas que
dan forma a un pueblo y lo distinguen de otros. Al promover una cultura global
homogénea, se diluyen las particularidades que enriquecen la diversidad humana.
La fe religiosa y sus
valores, que históricamente han proporcionado un marco ético y moral a las
sociedades, también se ven amenazadas; pues los globalistas son conscientes que
la fe religiosa ha desempeñado un papel crucial en la cohesión social a lo
largo de la historia, y por ende constituye un bloque inquebrantable para el
avance del globalismo. Es por ello que promueven una relativización de los
valores, socavando las bases morales que guían el comportamiento individual y
colectivo. Esta relativización, a menudo, se traduce en la promoción de una
"cultura woke", donde las tradiciones son cuestionadas y
reinterpretadas bajo una lente progresista.
La integridad
familiar, considerada el núcleo básico de la sociedad, es otro objetivo clave.
Se promueven modelos alternativos de familia, como parejas del mismo sexo, y se
normaliza el movimiento LGTB, presentándolo a la sociedad y sobre todo a la
juventud como una opción más entre otras, desconociendo la naturaleza humana.
Asimismo, se impulsa la legalización del aborto, argumentando el control
poblacional. Estas acciones, aunque defendidas bajo la bandera de la libertad
individual, erosionan la concepción tradicional de la familia como unidad
fundamental de la sociedad.
La democracia y el
orden público, pilares esenciales para el funcionamiento de cualquier nación,
también se ven comprometidos. Se ataca y deslegitima a los líderes políticos
que alertan o luchan contra esta corriente ideológica globalista, generando
persecución política contra sus opositores a través de ONGs financiadas por los
mismos globalistas. El control de fiscalías y jueces se convierte en una
herramienta para silenciar voces disidentes y manipular el sistema judicial en
favor de sus intereses.
El objetivo final de
esta estrategia globalista es claro: la despoblación y la homogeneización de la
humanidad. En un mundo homogéneo, con una humanidad robotizada, resulta mucho
más fácil ejercer el control sin necesidad de recurrir a la guerra. Se busca
crear un "ciudadano global", desarraigado de sus tradiciones y
valores, fácilmente manipulable y adaptable a los dictados de una élite global.
Sin embargo, no todo
está perdido. Algunos países, como el nuestro, vienen resistiendo estos embates
ideológicos, demostrando que la defensa de los valores y la identidad nacional
es posible. Desde los Estados Unidos de Norteamérica, se ha iniciado un proceso
de cambio de esta subcultura globalista denominada "woke", desmantelando
las herramientas que los globalistas han utilizado durante años para alcanzar
sus nefastos fines. Este despertar es una señal de esperanza para aquellos que
creemos en la importancia de preservar la diversidad cultural y los valores que
nos hacen únicos.
Es hora de defender
los pilares que sostienen nuestra sociedad y nuestra nación. No podemos
permitir que una ideología globalista, que busca la homogeneización y la
despoblación, nos arrebate nuestra identidad, nuestra fe, nuestra familia y
nuestra democracia. Debemos alzar la voz y defender los valores que nos definen
como pueblo, luchando por un futuro donde la diversidad cultural sea celebrada
y la libertad individual sea respetada.
Por Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
#Perú
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