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domingo, 9 de marzo de 2025

LA BATALLA POR EL ALMA DE LAS NACIONES


En el intrincado tablero geopolítico actual, se libra una silenciosa pero trascendental batalla por el alma de las naciones. En un lado, se encuentran los pilares que tradicionalmente han sostenido a las sociedades y les han permitido perdurar en el tiempo: la identidad cultural, la fe religiosa y sus valores, la integridad familiar, y la democracia y el orden público. En el otro bando, emergen con fuerza el globalismo y el progresismo, dos corrientes ideológicas que, en su afán homogeneizador, amenazan con erosionar estos cimientos esenciales.

 

El globalismo y el progresismo, cuyo fundamento ideológico radica en la homogeneización de la humanidad y, según algunos, incluso en la despoblación, buscan aplicar el concepto de globalización –inherentemente comercial y económico– a aspectos que trascienden con creces el ámbito mercantil. Pretenden, en esencia, una uniformidad moral y social a escala global, implementando mecanismos y estrategias para socavar los pilares que sustentan la identidad de cada nación.

 

Al intentar imponer un modelo amoral que desmantela la identidad cultural de cada país, se ataca directamente la esencia misma de la nación. La identidad cultural es el crisol donde se funden las tradiciones, costumbres, lengua y expresiones artísticas que dan forma a un pueblo y lo distinguen de otros. Al promover una cultura global homogénea, se diluyen las particularidades que enriquecen la diversidad humana.

 

La fe religiosa y sus valores, que históricamente han proporcionado un marco ético y moral a las sociedades, también se ven amenazadas; pues los globalistas son conscientes que la fe religiosa ha desempeñado un papel crucial en la cohesión social a lo largo de la historia, y por ende constituye un bloque inquebrantable para el avance del globalismo. Es por ello que promueven una relativización de los valores, socavando las bases morales que guían el comportamiento individual y colectivo. Esta relativización, a menudo, se traduce en la promoción de una "cultura woke", donde las tradiciones son cuestionadas y reinterpretadas bajo una lente progresista.

 

La integridad familiar, considerada el núcleo básico de la sociedad, es otro objetivo clave. Se promueven modelos alternativos de familia, como parejas del mismo sexo, y se normaliza el movimiento LGTB, presentándolo a la sociedad y sobre todo a la juventud como una opción más entre otras, desconociendo la naturaleza humana. Asimismo, se impulsa la legalización del aborto, argumentando el control poblacional. Estas acciones, aunque defendidas bajo la bandera de la libertad individual, erosionan la concepción tradicional de la familia como unidad fundamental de la sociedad.

 

La democracia y el orden público, pilares esenciales para el funcionamiento de cualquier nación, también se ven comprometidos. Se ataca y deslegitima a los líderes políticos que alertan o luchan contra esta corriente ideológica globalista, generando persecución política contra sus opositores a través de ONGs financiadas por los mismos globalistas. El control de fiscalías y jueces se convierte en una herramienta para silenciar voces disidentes y manipular el sistema judicial en favor de sus intereses.

 

El objetivo final de esta estrategia globalista es claro: la despoblación y la homogeneización de la humanidad. En un mundo homogéneo, con una humanidad robotizada, resulta mucho más fácil ejercer el control sin necesidad de recurrir a la guerra. Se busca crear un "ciudadano global", desarraigado de sus tradiciones y valores, fácilmente manipulable y adaptable a los dictados de una élite global.

 

Sin embargo, no todo está perdido. Algunos países, como el nuestro, vienen resistiendo estos embates ideológicos, demostrando que la defensa de los valores y la identidad nacional es posible. Desde los Estados Unidos de Norteamérica, se ha iniciado un proceso de cambio de esta subcultura globalista denominada "woke", desmantelando las herramientas que los globalistas han utilizado durante años para alcanzar sus nefastos fines. Este despertar es una señal de esperanza para aquellos que creemos en la importancia de preservar la diversidad cultural y los valores que nos hacen únicos.

 

Es hora de defender los pilares que sostienen nuestra sociedad y nuestra nación. No podemos permitir que una ideología globalista, que busca la homogeneización y la despoblación, nos arrebate nuestra identidad, nuestra fe, nuestra familia y nuestra democracia. Debemos alzar la voz y defender los valores que nos definen como pueblo, luchando por un futuro donde la diversidad cultural sea celebrada y la libertad individual sea respetada.


 

 

Por Fernando Zambrano Ortiz

       Analista Político

 

 

#Perú

 

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