Asombra ver la cantidad de idiotas occidentales que rindieron pleitesía a la dictadura más cruel del planeta.
Ahí va la idiota de Simone de Beauvoir que visitó la cárcel china en 1955 y, tras volver a occidente, defecó lo siguiente: “El poder que ejerce no es más dictatorial que, por ejemplo, lo fue el de Roosevelt. La Constitución de la Nueva China hace imposible la concentración de autoridad en manos de un solo hombre”.
Ahí va también el idiota y confusamente colaboracionista de Mitterrand que viajó a China en 1961, en medio de la mayor hambruna de origen político que ha conocido el planeta (sólo el año anterior habían muerto de hambre más de 22 millones de personas) y vomitó, satisfecho: “Lo repetiré para que me oigan bien: en China no hay hambre".
Ahí está el idiota del mariscal Montgomery, héroe de guerra británico quien declaró igualmente en 1961, tras visitar el presidio chino que “China necesita a su presidente. Usted [Mao] no puede abandonar este barco".
No podía faltar, obviamente, el insigne idiota de Sartre, que elogió la violencia revolucionaria de Mao como “profundamente moral".
Gentuza.
"La mayor decepción [de los jóvenes que se pasaban a las filas comunistas a finales de los años treinta] era que la igualdad, el núcleo de su idealismo, no sólo no se veía por ninguna parte, sino que el régimen la evitaba de forma manifiesta. Las desigualdades y los privilegios eran ubicuos. Todas las instituciones tenían tres niveles de cocina. Los trabajadores más modestos recibían la mitad de carne y de aceite de cocina que las clases medias, mientras la élite recibía mucho más".
Chang, Jung y Halliday, J:
En Liberalismo Abierto
Ahí va la idiota de Simone de Beauvoir que visitó la cárcel china en 1955 y, tras volver a occidente, defecó lo siguiente: “El poder que ejerce no es más dictatorial que, por ejemplo, lo fue el de Roosevelt. La Constitución de la Nueva China hace imposible la concentración de autoridad en manos de un solo hombre”.
Ahí va también el idiota y confusamente colaboracionista de Mitterrand que viajó a China en 1961, en medio de la mayor hambruna de origen político que ha conocido el planeta (sólo el año anterior habían muerto de hambre más de 22 millones de personas) y vomitó, satisfecho: “Lo repetiré para que me oigan bien: en China no hay hambre".
Ahí está el idiota del mariscal Montgomery, héroe de guerra británico quien declaró igualmente en 1961, tras visitar el presidio chino que “China necesita a su presidente. Usted [Mao] no puede abandonar este barco".
No podía faltar, obviamente, el insigne idiota de Sartre, que elogió la violencia revolucionaria de Mao como “profundamente moral".
Gentuza.
"La mayor decepción [de los jóvenes que se pasaban a las filas comunistas a finales de los años treinta] era que la igualdad, el núcleo de su idealismo, no sólo no se veía por ninguna parte, sino que el régimen la evitaba de forma manifiesta. Las desigualdades y los privilegios eran ubicuos. Todas las instituciones tenían tres niveles de cocina. Los trabajadores más modestos recibían la mitad de carne y de aceite de cocina que las clases medias, mientras la élite recibía mucho más".
Chang, Jung y Halliday, J:
En Liberalismo Abierto
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