Cuando hablamos de poder político no nos estamos refiriendo, evidentemente, a aquel que el hombre ejerce sobre los componentes de la naturaleza distintos al ser humano, llámese animales, plantas, medio ambiente, etc.
En política es el poder sobre las mentes de otros hombres el que resulta relevante, el que denota una serie de aristas y zigzagueos, pero que sin embargo se constituye en seductor y muestra las debilidades más sutiles del ser humano.
En principio todos los hombres son iguales, se hayan en un estado de naturaleza donde existe una guerra de todos contra todos. Si dos hombres desean la misma cosa y no pueden obtenerla, ambos se vuelven enemigos y trataran de aniquilarse.
El único camino seguro a seguir es elegir un hombre o una asamblea que represente su personalidad, al cual todos deberán someter sus voluntades. Se trata de una unidad real constituida por el pacto de cada hombre con los demás. El fundamento del poder es llegar a la paz y a la seguridad a través de normas que ellos crearan por mutuo consenso.
Los hombres son libres, iguales e independientes en el estado de naturaleza y señor absoluto de su persona y de sus bienes, pero son inseguros en ese estado de naturaleza debido a que son atropellados por el resto de los hombres; por lo tanto se reúnen para renunciar a ese poder natural y entregarlo a la comunidad para obtener así esa seguridad añorada. Así se constituye la sociedad civil o política.
La finalidad máxima que buscan los hombres es reunirse en un estado sometiéndose a un gobierno, salvaguardar sus bienes, ya que en su estado natural no lo podrían lograr. El fundamental motivo de renuncia al poder en manos del Estado es la protección de la propiedad estableciendo normas que la delimite.
El estado de naturaleza es un estado de paz, pero negativo por que es un estado de infelicidad, pero es irrelevante si el estado es de paz o de guerra, puesto que lo importante es que es un estado negativo.
La razón de la existencia del Estado es el orden y la seguridad. Para conservar el orden de un Estado el gobernante deberá obrar contra su fe, contra su religión y contra la humanidad. Hay dos modos de defenderse: uno con las leyes y otro con la fuerza, el gobernante por tanto debe hacer buen uso de ambos.
Algunos refieren que es más seguro ser temido antes que amado, porque los hombres temen menos ofender al que se hace amar que al que se hace temer, sin embargo el gobernante que se hace temer debe obrar de modo tal que si no se hace amar al mismo tiempo, evite el ser aborrecido.
Otros parten del supuesto de la igualdad en virtud de la cual nadie debe dominar a nadie. La experiencia demuestra que para seguir siendo iguales necesitamos soportar un dominio ajeno; entonces, ya que debemos ser gobernados para que exista un orden obligatorio y por ende la sociedad y el Estado, debemos aspirar a ser gobernados por nosotros mismos. Es políticamente libre quien aún estando sometido, lo está solamente a su propia voluntad y no a la ajena, así surge la idea de la democracia.
En este contexto, el principio democrático de la libertad requiere que se reduzcan al mínimo los casos de aplastamiento de las minorías, lo cual se logra a través de la mayoría absoluta (mitad más uno), significa esto la aproximación relativamente mayor a la idea de libertad.
Por último, parte de la doctrina sostiene que el poder consiste en la probabilidad que tiene un hombre de imponer su voluntad a una agrupación en una acción comunitaria. La aspiración a tener poder viene motivada por el honor social que este produce. La forma en que se distribuye el honor social dentro de una comunidad hace surgir un orden social, relacionado con el orden jurídico y económico –forma de distribuir y utilizar los bienes y servicios económicos -.
Así se distingue al poder político de las otras formas de poder – el ideológico y económico -, por el medio específico a través del cual es ejercido, es decir la coacción física legítima, la amenaza a ejercer coerción en caso de transgresión del orden de la norma del mandato.
Sin lugar a dudas, en el poder político se guarda una estrecha relación psicológica de dependencia entre quien ejerce el poder y aquel sobre el cual se ejerce el mismo. Existe un control mental tan sólido y a la vez imperceptible sobre las personas que llega a crear un cordón umblical tan cercano y vital que uno no podría existir sin el otro.
Es inconcebible pensar en un poder político sin personas sobre las cuales se ejerza, al igual que personas sobre las cuales no se ejerza poder político. Asi, el poder político se exterioriza mediante ordenes, autoridad, carisma, amenazas o la combinación de éstas.
Sin importar los objetivos meramente materiales del poseedor del poder político, siempre se orientará al control de los actos ajenos a través de la influencia sobre las mentes. El presidente de una Nación ejercerá poder político sobre sus ministros en la medida en que estos le obedezcan.
La legitimidad del titular o poseedor del poder político, por su parte, ha sida tratada a través de la histotría por diversos pensadores, señalando algunos autores que el principio de legitimidad de la sociedad política es el consentimiento, en virtud del cual los hombres para salir del estado de guerra y encontrar la seguridad y la paz, se someten a la voluntad de otro hombre o de una asamblea. Es ese consentimiento o consenso lo que legitima el poder del gobernante.
Es decir, la legitimidad del poder está dada por el consenso de los miembros de la comunidad a someterse a ese poder; al ser el hombre libre por naturaleza no puede suponerse que se someta a ningún poder terrenal si no es por su propio consentimiento, el cual legitima y justifica el poder.
El hombre es libre solo cuando obedece a la ley que el mismo ha creado, por tanto el único modo que el ciudadano sea libre es dictando sus propias leyes. El poder político reside en la naturaleza general, la legitimidad se encuentra en el consenso de cada particular de someterse a esa voluntad general.
Pero además, un Estado solo puede ser permanente si se admite una cierta participación del pueblo en el gobierno y si el gobernante dirige los asuntos ordinarios del estado de acuerdo con la ley y respetando debidamente la propiedad y los derechos de los ciudadanos; en este sentido, el gobierno es más estable cuando participa en él la mayoría. La legitimidad se basa, en principio, en la fuerza; pero también es necesario que el gobernante no solo sea respetado sino que cuente con el afecto de la gente, y que se encuentre sometido a la ley.
En definitiva la legitimidad es entendida como la justificación de estar investido de poderes de mando, así, el monopolio de la fuerza no es suficiente para caracterizar un poder como político, en la medida que también es necesario que el poder sea legitimado, reconocido válido bajo algún título. Los motivos de sumisión al mandato son los que otorgan validez legítima a un orden. Se trata de un orden que los sujetos se representan mentalmente como reglas que se deben observar. Esa representación descansa en el carisma, la tradición o la legalidad.
Cuando, la legitimidad descansa en la observancia de lo estatuido, el orden positivo se cumple debido a la creencia en la legalidad del orden, el cual puede ser legal por un pacto entre los interesados o por la imposición de una autoridad legítima. La probabilidad de la representación de la existencia de un orden como legítimo se denomina validez.
Podemos señalar que el poder legitimo es aquel que cuenta con sustento moral o legal, sin prevalencia de uno sobre el otro, lo que no significa que no sea posible ejercer un poder legitimo legal y moralmente válido.
Porque la legitimidad puede ser legal o moral. La legitimidad legal está dada por acciones objetivas, como es el caso de un proceso electoral en el cual se ha respetado irrestrictamente la voluntad popular, que si bien tiene sustancial relevancia; también la tiene la legitimidad moral, la que se pierde no por actos de naturaleza electoral viciados o mediante revocatoria, vacancia u otros mecanismos de control ciudadano, sino a través del rompimiento de aquel nivel de confianza de la ciudadanía en los actos de gobierno que dicta el titular del poder político, que nace de la voluntad popular, llámese presidente de la nación, presidente regional, alcalde, consejero regional o regidor.
En este sentido, podemos encontrar una relación entre poder e influencia. El asesor que emite opinión sobre la política económica y la dirige al presidente de una Nación, tendrá influencia sobre la decisión siempre que su opinión sea la que el Presidente adopte, sin embargo no tendrá poder político sobre éste debido a que no puede imponer su opinión. Sin embargo, el presidente si mantendrá una relación de poder político sobre los ministros que ejecutarán sus decisiones e inclusive sobre el asesor que emitió opinión.
Por otro lado, debe distinguirse entre el poder político y la fuerza, esta última entendida como violencia física. Nos estamos refiriendo a la violencia que se ejerce a través de las fuerzas policiales o armadas, encarcelamiento, etc. Cuando la violencia física se consolida a través de actos concretos, el poder político abdica y da paso al poder policial, militar, etc.
En este caso la fuerza rompe el esquema puramente mental y psicológico que vincula a quienes ejercen el poder político y aquellas personas sobre quienes se ejerce, fundamento esencial del poder político. Esta relación psicológica es reemplazada por una relación puramente física que se exterioriza a través de actos de violencia.
En este contexto la lucha por el poder político es universal y eso se puede apreciar de la experiencia de las naciones; sin embargo para que un gobernante, un dirigente político, un dirigente sindical, u otro, mantenga el poder político, es imprescindible que se mantenga una fluida comunicación de alimentación y retroalimentación, a fin de no caer en la ilegitimidad que comúnmente lleva a la violencia como sustituta del poder político.
Hoy en día, encontrándonos en el Perú en el marco de un Estado unitario y una nueva visión tridimensional de gobierno, es necesario que nuestras autoridades políticas ejerzan las funciones de gobierno que el pueblo ha puesto en sus manos, sin perder de vista las necesidades y requerimientos de éste, a fin de mantener la legitimidad moral que es vital para el sostenimiento de una democracia.
En política es el poder sobre las mentes de otros hombres el que resulta relevante, el que denota una serie de aristas y zigzagueos, pero que sin embargo se constituye en seductor y muestra las debilidades más sutiles del ser humano.
En principio todos los hombres son iguales, se hayan en un estado de naturaleza donde existe una guerra de todos contra todos. Si dos hombres desean la misma cosa y no pueden obtenerla, ambos se vuelven enemigos y trataran de aniquilarse.
El único camino seguro a seguir es elegir un hombre o una asamblea que represente su personalidad, al cual todos deberán someter sus voluntades. Se trata de una unidad real constituida por el pacto de cada hombre con los demás. El fundamento del poder es llegar a la paz y a la seguridad a través de normas que ellos crearan por mutuo consenso.
Los hombres son libres, iguales e independientes en el estado de naturaleza y señor absoluto de su persona y de sus bienes, pero son inseguros en ese estado de naturaleza debido a que son atropellados por el resto de los hombres; por lo tanto se reúnen para renunciar a ese poder natural y entregarlo a la comunidad para obtener así esa seguridad añorada. Así se constituye la sociedad civil o política.
La finalidad máxima que buscan los hombres es reunirse en un estado sometiéndose a un gobierno, salvaguardar sus bienes, ya que en su estado natural no lo podrían lograr. El fundamental motivo de renuncia al poder en manos del Estado es la protección de la propiedad estableciendo normas que la delimite.
El estado de naturaleza es un estado de paz, pero negativo por que es un estado de infelicidad, pero es irrelevante si el estado es de paz o de guerra, puesto que lo importante es que es un estado negativo.
La razón de la existencia del Estado es el orden y la seguridad. Para conservar el orden de un Estado el gobernante deberá obrar contra su fe, contra su religión y contra la humanidad. Hay dos modos de defenderse: uno con las leyes y otro con la fuerza, el gobernante por tanto debe hacer buen uso de ambos.
Algunos refieren que es más seguro ser temido antes que amado, porque los hombres temen menos ofender al que se hace amar que al que se hace temer, sin embargo el gobernante que se hace temer debe obrar de modo tal que si no se hace amar al mismo tiempo, evite el ser aborrecido.
Otros parten del supuesto de la igualdad en virtud de la cual nadie debe dominar a nadie. La experiencia demuestra que para seguir siendo iguales necesitamos soportar un dominio ajeno; entonces, ya que debemos ser gobernados para que exista un orden obligatorio y por ende la sociedad y el Estado, debemos aspirar a ser gobernados por nosotros mismos. Es políticamente libre quien aún estando sometido, lo está solamente a su propia voluntad y no a la ajena, así surge la idea de la democracia.
En este contexto, el principio democrático de la libertad requiere que se reduzcan al mínimo los casos de aplastamiento de las minorías, lo cual se logra a través de la mayoría absoluta (mitad más uno), significa esto la aproximación relativamente mayor a la idea de libertad.
Por último, parte de la doctrina sostiene que el poder consiste en la probabilidad que tiene un hombre de imponer su voluntad a una agrupación en una acción comunitaria. La aspiración a tener poder viene motivada por el honor social que este produce. La forma en que se distribuye el honor social dentro de una comunidad hace surgir un orden social, relacionado con el orden jurídico y económico –forma de distribuir y utilizar los bienes y servicios económicos -.
Así se distingue al poder político de las otras formas de poder – el ideológico y económico -, por el medio específico a través del cual es ejercido, es decir la coacción física legítima, la amenaza a ejercer coerción en caso de transgresión del orden de la norma del mandato.
Sin lugar a dudas, en el poder político se guarda una estrecha relación psicológica de dependencia entre quien ejerce el poder y aquel sobre el cual se ejerce el mismo. Existe un control mental tan sólido y a la vez imperceptible sobre las personas que llega a crear un cordón umblical tan cercano y vital que uno no podría existir sin el otro.
Es inconcebible pensar en un poder político sin personas sobre las cuales se ejerza, al igual que personas sobre las cuales no se ejerza poder político. Asi, el poder político se exterioriza mediante ordenes, autoridad, carisma, amenazas o la combinación de éstas.
Sin importar los objetivos meramente materiales del poseedor del poder político, siempre se orientará al control de los actos ajenos a través de la influencia sobre las mentes. El presidente de una Nación ejercerá poder político sobre sus ministros en la medida en que estos le obedezcan.
La legitimidad del titular o poseedor del poder político, por su parte, ha sida tratada a través de la histotría por diversos pensadores, señalando algunos autores que el principio de legitimidad de la sociedad política es el consentimiento, en virtud del cual los hombres para salir del estado de guerra y encontrar la seguridad y la paz, se someten a la voluntad de otro hombre o de una asamblea. Es ese consentimiento o consenso lo que legitima el poder del gobernante.
Es decir, la legitimidad del poder está dada por el consenso de los miembros de la comunidad a someterse a ese poder; al ser el hombre libre por naturaleza no puede suponerse que se someta a ningún poder terrenal si no es por su propio consentimiento, el cual legitima y justifica el poder.
El hombre es libre solo cuando obedece a la ley que el mismo ha creado, por tanto el único modo que el ciudadano sea libre es dictando sus propias leyes. El poder político reside en la naturaleza general, la legitimidad se encuentra en el consenso de cada particular de someterse a esa voluntad general.
Pero además, un Estado solo puede ser permanente si se admite una cierta participación del pueblo en el gobierno y si el gobernante dirige los asuntos ordinarios del estado de acuerdo con la ley y respetando debidamente la propiedad y los derechos de los ciudadanos; en este sentido, el gobierno es más estable cuando participa en él la mayoría. La legitimidad se basa, en principio, en la fuerza; pero también es necesario que el gobernante no solo sea respetado sino que cuente con el afecto de la gente, y que se encuentre sometido a la ley.
En definitiva la legitimidad es entendida como la justificación de estar investido de poderes de mando, así, el monopolio de la fuerza no es suficiente para caracterizar un poder como político, en la medida que también es necesario que el poder sea legitimado, reconocido válido bajo algún título. Los motivos de sumisión al mandato son los que otorgan validez legítima a un orden. Se trata de un orden que los sujetos se representan mentalmente como reglas que se deben observar. Esa representación descansa en el carisma, la tradición o la legalidad.
Cuando, la legitimidad descansa en la observancia de lo estatuido, el orden positivo se cumple debido a la creencia en la legalidad del orden, el cual puede ser legal por un pacto entre los interesados o por la imposición de una autoridad legítima. La probabilidad de la representación de la existencia de un orden como legítimo se denomina validez.
Podemos señalar que el poder legitimo es aquel que cuenta con sustento moral o legal, sin prevalencia de uno sobre el otro, lo que no significa que no sea posible ejercer un poder legitimo legal y moralmente válido.
Porque la legitimidad puede ser legal o moral. La legitimidad legal está dada por acciones objetivas, como es el caso de un proceso electoral en el cual se ha respetado irrestrictamente la voluntad popular, que si bien tiene sustancial relevancia; también la tiene la legitimidad moral, la que se pierde no por actos de naturaleza electoral viciados o mediante revocatoria, vacancia u otros mecanismos de control ciudadano, sino a través del rompimiento de aquel nivel de confianza de la ciudadanía en los actos de gobierno que dicta el titular del poder político, que nace de la voluntad popular, llámese presidente de la nación, presidente regional, alcalde, consejero regional o regidor.
En este sentido, podemos encontrar una relación entre poder e influencia. El asesor que emite opinión sobre la política económica y la dirige al presidente de una Nación, tendrá influencia sobre la decisión siempre que su opinión sea la que el Presidente adopte, sin embargo no tendrá poder político sobre éste debido a que no puede imponer su opinión. Sin embargo, el presidente si mantendrá una relación de poder político sobre los ministros que ejecutarán sus decisiones e inclusive sobre el asesor que emitió opinión.
Por otro lado, debe distinguirse entre el poder político y la fuerza, esta última entendida como violencia física. Nos estamos refiriendo a la violencia que se ejerce a través de las fuerzas policiales o armadas, encarcelamiento, etc. Cuando la violencia física se consolida a través de actos concretos, el poder político abdica y da paso al poder policial, militar, etc.
En este caso la fuerza rompe el esquema puramente mental y psicológico que vincula a quienes ejercen el poder político y aquellas personas sobre quienes se ejerce, fundamento esencial del poder político. Esta relación psicológica es reemplazada por una relación puramente física que se exterioriza a través de actos de violencia.
En este contexto la lucha por el poder político es universal y eso se puede apreciar de la experiencia de las naciones; sin embargo para que un gobernante, un dirigente político, un dirigente sindical, u otro, mantenga el poder político, es imprescindible que se mantenga una fluida comunicación de alimentación y retroalimentación, a fin de no caer en la ilegitimidad que comúnmente lleva a la violencia como sustituta del poder político.
Hoy en día, encontrándonos en el Perú en el marco de un Estado unitario y una nueva visión tridimensional de gobierno, es necesario que nuestras autoridades políticas ejerzan las funciones de gobierno que el pueblo ha puesto en sus manos, sin perder de vista las necesidades y requerimientos de éste, a fin de mantener la legitimidad moral que es vital para el sostenimiento de una democracia.
5 comentarios:
GRACIAS, ME AYUDÒ MUCHO EN MI TRABAJO, ESTUDIO DERECHO...
buenisimo
muy bonito mm....
Solo discrepo en el aspecto que el poder político es el máximo poder a lo interno de una sociedad,y que se manifiesta en todos los aspectos de las relaciones sociales por lo que el poder de un dirigente sindical no es poder político, dado que ese poder que el posee no puede usarlo fuera del circulo de los miembros del sindicato.
ANÓNIMO, CREO QUE ESTÁS EQUIVOCADO, EN OCASIONES EL PODER SINDICAL TIENE MÁS PODER QUE EL MISMO ESTAMENTO GUBERNAMENTAL.
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