El señor CHIRINOS SOTO (R).— Muchas gracias.
Señor Presidente: Cuando usted sea aludido, le da la palabra cuando usted juzgue conveniente, pero yo no voy a usar mi turno para que otros lo aprovechen. Menos aun cuando son personas que no observan conmigo las reglas más elementales de educación, como se vio en el debate de anoche. Yo tengo trato parlamentario con quien quiero —por ejemplo con usted—, y lo tengo con el señor Ferrero.
Decía que es muy difícil contestar un discurso tan elocuente, tan complejo, que ha abarcado tantos puntos, como el del doctor Ferrero, y que contó con el aplauso de su bancada. Para la bicameralidad detestada por el pueblo, dice el doctor Ferrero, si le preguntáramos al pueblo si quiere una sola Cámara, quiere una sola; si quiere ochenta, quiere ochenta; si quiere veinte, veinte; seis, seis. Hagamos un consejo del reino de cinco personas, una de ellas sería el doctor Ferrero; el país ahorraría un montón de dinero, no habría estos debates ni estos discursos y tendríamos la aprobación de las encuestas; pero vamos a reemplazar el estado de derecho y el régimen democrático por las encuestas. Ésa es una opción también, por qué no. Por qué no me apoya el doctor Ferrero en una Cámara Única de quince personas, o de seis. Mucho menos, y se les paga
mejor. Todo el mundo viviría feliz.
Señor Presidente, para sostener el régimen bicameral, yo tengo tres clases de razones que no son inventadas por mí. La primera es nuestra propia tradición constitucional. El Perú nunca se ha apartado del régimen bicameral. Se apartó teóricamente una vez con la Constitución de 1867, pero esa Constitución no llegó a instrumentarse. De manera que yo he descrito, sin condenarla, la operación de salir de la bicameralidad a la Cámara única como un salto en el vacío y he recomendado patrióticamente a la mayoría parlamentaria que tome cuidados y precauciones porque los saltos en el vacío necesitan paracaídas; y el paracaídas de esta Cámara única es la Comisión de Constitución.
Pero el doctor Ferrero, que es jacobino hasta en eso, lejos de procurar que esta Comisión Permanente tenga atribuciones como un conato de Senado, se opone radicalmente desde ahora a lo que él considera un bicameralismo disfrazado.
No, señor Presidente. La tradición histórica es muy fuerte. Y si nosotros le concedemos determinadas facultades a la Comisión Permanente, haremos menos riesgoso este salto en el vacío.
Yo estoy pensando, y se lo digo a los señores de la mayoría porque de ellos depende, que en cuestiones como éstas la Comisión Permanente se desempeñe como Comisión de Constitución y de Reglamento del resto del Congreso. Y digo como esto: que la Comisión Permanente pueda absolver consultas que le formule al señor Presidente de la República, que no tiene ningún organismo a quien consultar; lo tuvo en otras constituciones muy anteriores, como lo fue el Consejo de Estado.
Hay instancias en que el Presidente de la República necesita un dictamen. En esas instancias, el Presidente de la República debería poder dirigirse a la Comisión Permanente.
Yo no puedo impedir que la mayoría parlamentaria apruebe el régimen unicameral, pero sí creo que tengo derecho, en el nombre del país, de solicitarle a la mayoría que lo haga, repito, con prudencia; es todo lo que pido.
Segundo orden de razones para apoyar el régimen bicameral: contra lo que ha dicho el señor Ferrero, está la legislación comparada. No es verdad, en lo absoluto, que el régimen bicameral responda estrictamente a un sistema federal como en los Estados Unidos. La República unitaria por excelencia, que es Francia, tiene Senado, y en más de una ocasión el pueblo francés ha rechazado una Constitución sin Senado; como sucedió en 1946, cuando el pueblo francés rechazó el proyecto de Constitución sin Senado que presentó la alianza de socialistas y comunistas.
La República unitaria no federal, próxima a nosotros, no distante... El señor Ferrero está ahora entretenido con conversaciones, desde luego, más interesantes pero no presta atención. República unitaria más próxima a nosotros es Colombia, y tiene Senado; república federal más próxima a nosotros es Argentina, y tiene Senado; república unitaria muy próxima a nosotros es Chile, y tiene Senado. Una república próxima a nosotros es el Ecuador, la cual tiene Cámara única y atraviesa grandes dificultades por el sistema de Cámara única; la han conocido todos los presidentes: Hurtado, León Febres, Rodrigo Borja y el actual señor presidente de la República, Sixto Durand; todos se estrellan contra su Cámara única. De manera que el argumento de la legislación comparada me favorece a mí y no al doctor Ferrero.
Tercera línea de argumento que la mayoría no tomará en cuenta, desde luego, porque la mayoría tiene una posición adoptada. Yo estoy hablando para la opinión pública, para la historia y para que la mayoría tenga alguna prudencia y no se desmande, como la quiere desmandar mi distinguido amigo el doctor Ferrero.
La tercer línea de mi argumento es la siguiente: ¿Qué justifica la Cámara única? La mejor reflexión de las leyes, nada más. En el tránsito de un proyecto de ley desde la Cámara de Diputados hasta el Senado se pronuncia la opinión pública y puede inclinar la balanza; no la inclina necesariamente, pero puede inclinarla. Así ocurrió, aunque diga lo contrario el señor Ferrero, con la famosa Ley de la Estatización de la Banca.
—Estoy hablando como firmante, señor Presidente, del dictamen en mayoría, de manera que le ruego su benevolencia—.
En el celebre debate sobre la estatización de la banca, la Cámara de Diputados aprobó en 48 horas el proyecto de esa ley. Ese proyecto de ley pasó al Senado y en el Senado dimos batalla contra ese proyecto de ley. El dictamen en minoría fue firmado por mí y, por supuesto, fue escrito por mí, porque yo no suscribo dictámenes que no escriba. Y esa batalla sirvió no para anular la ley, porque al final la ley se aprobó, sino para que se movilizara a la opinión pública y esterilizara aquella fracasada y nefasta estatización de la banca.
¿Es más fácil que se equivoque una Cámara única? Por supuesto que sí. Esta Cámara única de la que formamos parte, ¿se ha equivocado? Sí. ¿A juicio de quién? ¿Mío? No. ¿A juicio del doctor Ferrero? No. A juicio del señor Presidente de la República, quien ha observado más de un proyecto de ley aprobado en esta Cámara única. De tal manera que el Presidente ha dicho que esto que han aprobado mis amigos de la mayoría está mal y lo observó; porque, ¿quién aprueba aquí los proyectos de ley? La mayoría. Me parece que el señor Presidente se ha quedado corto porque ha debido observar más leyes.
Y eso que esta Cámara única —iba a decir gracias a mí— encontró el vericueto de las leyes constitucionales, por las que el señor Presidente de la República no puede observarlas.
Son tres órdenes de razones, pero no para convencer a la mayoría porque no la voy a convencer, sino para recomendarle prudencia, cuidado, fortalecimiento de la Comisión Permanente.
Hay una serie de problemas en este capítulo del Poder Legislativo. Yo quería que se discutiera primero lo del régimen bicameral. Pero, en fin, yo no soy dueño tampoco de las decisiones del Congreso, y no por eso voy a decir que el Congreso es totalitario o que obedece a las órdenes de Palacio. Yo no empleo ese lenguaje, yo discuto las cosas como son sin recurrir a insultos que pertenecen al orden de la pequeña demagogia, ¿no es verdad? El caso es que me parece muy grave, y lo digo con toda atención. Creo que no me escucha el señor Torres y Torres Lara. Creo que no me escucha la señorita Martha Chávez. Apenas me escucha el doctor Ferrero porque le estoy contestando.
Señor Presidente, qué grave es que la Constitución diga que el número de congresistas es cien y que el sistema electoral es tal y tal. Desde luego, le adelanto al doctor Ferrero, que estoy en desacuerdo con dos sistemas de elección. Elijamos uno, escojamos uno. Yo escogería, si de mí dependiera, el distrito nacional único, porque ahí triunfan las grandes corrientes de opinión.
Sin embargo, mis compañeros en Renovación, la mayor parte, preferirían distrito uninominal. Cambiar de sistema de elección tiene graves, grandes y trascendentales consecuencias.
Cuando en 1958 el general de Gaulle cambió el sistema de elección y pasó de un sistema de representación proporcional a un sistema uninominal por distrito con segunda vuelta, el Partido Comunista, que tenía ciento noventa escaños en la precedente Asamblea Nacional, en la siguiente Asamblea, sin variar su volumen electoral, tuvo diez escaños. De manera que sólo cambiando las reglas de juego se puede cambiar la fisonomía del Congreso.
A mí me parece —iba a decir temerario, pero quizás es una palabra muy grave— imprudente de parte de la mayoría parlamentaria querer encerrar en un precepto constitucional el número de congresistas, que mejor sería decir "representantes", ¿no? Como congresistas, nosotros estamos disminuidos en todos los foros mundiales. Pero a ustedes les gusta "congresistas", ¿no? De "congreso" viene "congresistas", por eso les gusta. Me ganaron esa batalla verbal muy al comienzo de este Congreso.
¿Vamos a decir cien? Y si el pueblo y el país tienen una necesidad mayor de ciento veinte, de ciento cincuenta, pasados unos años vamos a decir "éstos se eligen en distrito plurinominal y éstos eligen en distrito nacional". Por su intermedio, señor Presidente, me permito recomendarle al doctor Torres Lara un artículo concebido en estos términos: "El número y el sistema de elección de los congresistas..." Por no decir "de los representantes", que sería mejor, pero no les gusta. Tengo que acomodarme al gusto, pues para el vulgo es justo hablar en necio para darle gusto, como decía Lope de Vega.
"El número de los congresistas y el sistema de elección se determinan por ley". Ése es el precepto sabio.
—Le voy a dar la interrupción, pero con una condición: que me deje terminar mi pensamiento—.
Y, entonces, eso no lo puede discutir nadie. En una disposición transitoria, la mayoría puede poner, pues, el sistema que prefiera; y cuando venga otra mayoría —que de repente viene porque ustedes no son eternos—, sin trastorno constitucional, sin quebranto, sin crisis, cambia el sistema de elección. Tan sencillo como eso.
Quiere una interrupción el doctor Cáceres.
(…)
El señor PRESIDENTE.— Puede continuar, señor Chirinos Soto.
El señor CHIRINOS SOTO (R).— Señor Presidente: El reproche que me hace mi distinguido amigo el doctor Cáceres Velásquez es tanto más injusto, por cuanto no estoy proponiendo ningún sistema. Estoy proponiendo una ley que decida el sistema, y esa ley tiene que respetar el principio al que se ha referido el doctor Cáceres; es decir, que hay representación proporcional en caso de elecciones pluripersonales.
En todo caso, señor Presidente —ya termino, no se enoje usted conmigo—, curso el recado al señor Presidente, que está distraído, está en otras conversaciones; si quiere se la mando por escrito. Le pido mil perdones y se lo agradezco.
Muchas gracias.
Señor Presidente: Cuando usted sea aludido, le da la palabra cuando usted juzgue conveniente, pero yo no voy a usar mi turno para que otros lo aprovechen. Menos aun cuando son personas que no observan conmigo las reglas más elementales de educación, como se vio en el debate de anoche. Yo tengo trato parlamentario con quien quiero —por ejemplo con usted—, y lo tengo con el señor Ferrero.
Decía que es muy difícil contestar un discurso tan elocuente, tan complejo, que ha abarcado tantos puntos, como el del doctor Ferrero, y que contó con el aplauso de su bancada. Para la bicameralidad detestada por el pueblo, dice el doctor Ferrero, si le preguntáramos al pueblo si quiere una sola Cámara, quiere una sola; si quiere ochenta, quiere ochenta; si quiere veinte, veinte; seis, seis. Hagamos un consejo del reino de cinco personas, una de ellas sería el doctor Ferrero; el país ahorraría un montón de dinero, no habría estos debates ni estos discursos y tendríamos la aprobación de las encuestas; pero vamos a reemplazar el estado de derecho y el régimen democrático por las encuestas. Ésa es una opción también, por qué no. Por qué no me apoya el doctor Ferrero en una Cámara Única de quince personas, o de seis. Mucho menos, y se les paga
mejor. Todo el mundo viviría feliz.
Señor Presidente, para sostener el régimen bicameral, yo tengo tres clases de razones que no son inventadas por mí. La primera es nuestra propia tradición constitucional. El Perú nunca se ha apartado del régimen bicameral. Se apartó teóricamente una vez con la Constitución de 1867, pero esa Constitución no llegó a instrumentarse. De manera que yo he descrito, sin condenarla, la operación de salir de la bicameralidad a la Cámara única como un salto en el vacío y he recomendado patrióticamente a la mayoría parlamentaria que tome cuidados y precauciones porque los saltos en el vacío necesitan paracaídas; y el paracaídas de esta Cámara única es la Comisión de Constitución.
Pero el doctor Ferrero, que es jacobino hasta en eso, lejos de procurar que esta Comisión Permanente tenga atribuciones como un conato de Senado, se opone radicalmente desde ahora a lo que él considera un bicameralismo disfrazado.
No, señor Presidente. La tradición histórica es muy fuerte. Y si nosotros le concedemos determinadas facultades a la Comisión Permanente, haremos menos riesgoso este salto en el vacío.
Yo estoy pensando, y se lo digo a los señores de la mayoría porque de ellos depende, que en cuestiones como éstas la Comisión Permanente se desempeñe como Comisión de Constitución y de Reglamento del resto del Congreso. Y digo como esto: que la Comisión Permanente pueda absolver consultas que le formule al señor Presidente de la República, que no tiene ningún organismo a quien consultar; lo tuvo en otras constituciones muy anteriores, como lo fue el Consejo de Estado.
Hay instancias en que el Presidente de la República necesita un dictamen. En esas instancias, el Presidente de la República debería poder dirigirse a la Comisión Permanente.
Yo no puedo impedir que la mayoría parlamentaria apruebe el régimen unicameral, pero sí creo que tengo derecho, en el nombre del país, de solicitarle a la mayoría que lo haga, repito, con prudencia; es todo lo que pido.
Segundo orden de razones para apoyar el régimen bicameral: contra lo que ha dicho el señor Ferrero, está la legislación comparada. No es verdad, en lo absoluto, que el régimen bicameral responda estrictamente a un sistema federal como en los Estados Unidos. La República unitaria por excelencia, que es Francia, tiene Senado, y en más de una ocasión el pueblo francés ha rechazado una Constitución sin Senado; como sucedió en 1946, cuando el pueblo francés rechazó el proyecto de Constitución sin Senado que presentó la alianza de socialistas y comunistas.
La República unitaria no federal, próxima a nosotros, no distante... El señor Ferrero está ahora entretenido con conversaciones, desde luego, más interesantes pero no presta atención. República unitaria más próxima a nosotros es Colombia, y tiene Senado; república federal más próxima a nosotros es Argentina, y tiene Senado; república unitaria muy próxima a nosotros es Chile, y tiene Senado. Una república próxima a nosotros es el Ecuador, la cual tiene Cámara única y atraviesa grandes dificultades por el sistema de Cámara única; la han conocido todos los presidentes: Hurtado, León Febres, Rodrigo Borja y el actual señor presidente de la República, Sixto Durand; todos se estrellan contra su Cámara única. De manera que el argumento de la legislación comparada me favorece a mí y no al doctor Ferrero.
Tercera línea de argumento que la mayoría no tomará en cuenta, desde luego, porque la mayoría tiene una posición adoptada. Yo estoy hablando para la opinión pública, para la historia y para que la mayoría tenga alguna prudencia y no se desmande, como la quiere desmandar mi distinguido amigo el doctor Ferrero.
La tercer línea de mi argumento es la siguiente: ¿Qué justifica la Cámara única? La mejor reflexión de las leyes, nada más. En el tránsito de un proyecto de ley desde la Cámara de Diputados hasta el Senado se pronuncia la opinión pública y puede inclinar la balanza; no la inclina necesariamente, pero puede inclinarla. Así ocurrió, aunque diga lo contrario el señor Ferrero, con la famosa Ley de la Estatización de la Banca.
—Estoy hablando como firmante, señor Presidente, del dictamen en mayoría, de manera que le ruego su benevolencia—.
En el celebre debate sobre la estatización de la banca, la Cámara de Diputados aprobó en 48 horas el proyecto de esa ley. Ese proyecto de ley pasó al Senado y en el Senado dimos batalla contra ese proyecto de ley. El dictamen en minoría fue firmado por mí y, por supuesto, fue escrito por mí, porque yo no suscribo dictámenes que no escriba. Y esa batalla sirvió no para anular la ley, porque al final la ley se aprobó, sino para que se movilizara a la opinión pública y esterilizara aquella fracasada y nefasta estatización de la banca.
¿Es más fácil que se equivoque una Cámara única? Por supuesto que sí. Esta Cámara única de la que formamos parte, ¿se ha equivocado? Sí. ¿A juicio de quién? ¿Mío? No. ¿A juicio del doctor Ferrero? No. A juicio del señor Presidente de la República, quien ha observado más de un proyecto de ley aprobado en esta Cámara única. De tal manera que el Presidente ha dicho que esto que han aprobado mis amigos de la mayoría está mal y lo observó; porque, ¿quién aprueba aquí los proyectos de ley? La mayoría. Me parece que el señor Presidente se ha quedado corto porque ha debido observar más leyes.
Y eso que esta Cámara única —iba a decir gracias a mí— encontró el vericueto de las leyes constitucionales, por las que el señor Presidente de la República no puede observarlas.
Son tres órdenes de razones, pero no para convencer a la mayoría porque no la voy a convencer, sino para recomendarle prudencia, cuidado, fortalecimiento de la Comisión Permanente.
Hay una serie de problemas en este capítulo del Poder Legislativo. Yo quería que se discutiera primero lo del régimen bicameral. Pero, en fin, yo no soy dueño tampoco de las decisiones del Congreso, y no por eso voy a decir que el Congreso es totalitario o que obedece a las órdenes de Palacio. Yo no empleo ese lenguaje, yo discuto las cosas como son sin recurrir a insultos que pertenecen al orden de la pequeña demagogia, ¿no es verdad? El caso es que me parece muy grave, y lo digo con toda atención. Creo que no me escucha el señor Torres y Torres Lara. Creo que no me escucha la señorita Martha Chávez. Apenas me escucha el doctor Ferrero porque le estoy contestando.
Señor Presidente, qué grave es que la Constitución diga que el número de congresistas es cien y que el sistema electoral es tal y tal. Desde luego, le adelanto al doctor Ferrero, que estoy en desacuerdo con dos sistemas de elección. Elijamos uno, escojamos uno. Yo escogería, si de mí dependiera, el distrito nacional único, porque ahí triunfan las grandes corrientes de opinión.
Sin embargo, mis compañeros en Renovación, la mayor parte, preferirían distrito uninominal. Cambiar de sistema de elección tiene graves, grandes y trascendentales consecuencias.
Cuando en 1958 el general de Gaulle cambió el sistema de elección y pasó de un sistema de representación proporcional a un sistema uninominal por distrito con segunda vuelta, el Partido Comunista, que tenía ciento noventa escaños en la precedente Asamblea Nacional, en la siguiente Asamblea, sin variar su volumen electoral, tuvo diez escaños. De manera que sólo cambiando las reglas de juego se puede cambiar la fisonomía del Congreso.
A mí me parece —iba a decir temerario, pero quizás es una palabra muy grave— imprudente de parte de la mayoría parlamentaria querer encerrar en un precepto constitucional el número de congresistas, que mejor sería decir "representantes", ¿no? Como congresistas, nosotros estamos disminuidos en todos los foros mundiales. Pero a ustedes les gusta "congresistas", ¿no? De "congreso" viene "congresistas", por eso les gusta. Me ganaron esa batalla verbal muy al comienzo de este Congreso.
¿Vamos a decir cien? Y si el pueblo y el país tienen una necesidad mayor de ciento veinte, de ciento cincuenta, pasados unos años vamos a decir "éstos se eligen en distrito plurinominal y éstos eligen en distrito nacional". Por su intermedio, señor Presidente, me permito recomendarle al doctor Torres Lara un artículo concebido en estos términos: "El número y el sistema de elección de los congresistas..." Por no decir "de los representantes", que sería mejor, pero no les gusta. Tengo que acomodarme al gusto, pues para el vulgo es justo hablar en necio para darle gusto, como decía Lope de Vega.
"El número de los congresistas y el sistema de elección se determinan por ley". Ése es el precepto sabio.
—Le voy a dar la interrupción, pero con una condición: que me deje terminar mi pensamiento—.
Y, entonces, eso no lo puede discutir nadie. En una disposición transitoria, la mayoría puede poner, pues, el sistema que prefiera; y cuando venga otra mayoría —que de repente viene porque ustedes no son eternos—, sin trastorno constitucional, sin quebranto, sin crisis, cambia el sistema de elección. Tan sencillo como eso.
Quiere una interrupción el doctor Cáceres.
(…)
El señor PRESIDENTE.— Puede continuar, señor Chirinos Soto.
El señor CHIRINOS SOTO (R).— Señor Presidente: El reproche que me hace mi distinguido amigo el doctor Cáceres Velásquez es tanto más injusto, por cuanto no estoy proponiendo ningún sistema. Estoy proponiendo una ley que decida el sistema, y esa ley tiene que respetar el principio al que se ha referido el doctor Cáceres; es decir, que hay representación proporcional en caso de elecciones pluripersonales.
En todo caso, señor Presidente —ya termino, no se enoje usted conmigo—, curso el recado al señor Presidente, que está distraído, está en otras conversaciones; si quiere se la mando por escrito. Le pido mil perdones y se lo agradezco.
Muchas gracias.
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