Hay una respuesta a las decisiones de los políticos que va ganando adeptos: los sondeos, en cuanto averiguaciones sobre algo, y las encuestas, como acopio de los datos obtenidos mediante sondeos, son los factores determinantes del cambio.
Conforme van perfeccionándose las técnicas de investigación social, los partidos aminoran su capacidad de decisión como agentes electorales. Lo que avala a cualquier candidato es su “cuota de popularidad”, la cual es fijada matemáticamente en los sondeos.
La democracia representativa, pues, ha experimentado un cambio en lo que se refiere a la selección de candidatos. Los sondeos señalan a los que sirven para el cargo y a los que no sirven. ¿Son fiables esos escalafones que periódicamente se publican? ¿Hemos de acatar la tiranía de las encuestas?
Se sabe que los escalafones se confeccionan con opiniones que, en la mayoría de los casos, se fijan en las apariencias. Pero tanto si el producto es de calidad fiable, como si carece de consistencia o está manipulado, la fuerza condicionante de los sondeos resulta abrumadora. Y los partidos presentan a los candidatos que disfrutan de una cuota alta de popularidad, según las encuestas.
La tiranía de las encuestas seguirá operando después de las elecciones y respecto a los que obtienen la victoria en las urnas. Es otra modificación de la democracia representativa de los últimos años. Algunos de los elegidos realizan una labor estimable en la institución que les acoge, pero sus quehaceres no tienen trascendencia en la calle o se trata de cometidos impopulares por su propia naturaleza.
En los sondeos, estos diligentes y cuidadosos representantes obtendrán acaso menos puntuación que aquellos otros dedicados a conquistar el auditorio, a veces de manera frívola, a veces de modo irresponsable. El futuro de estos últimos está garantizado mientras conserven los puestos de honor en el escalafón de la popularidad, según las encuestas.
Algunos intérpretes de la democracia contemporánea aseguran que el régimen representativo se ha transformado en un régimen de opinión pública. Si bien esta afirmación puede ser cuestionable, lo que si es cierto es que la democracia representativa resulta ahora condicionada en su funcionamiento por los sondeos y las encuestas.
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