Corrían los años sesenta, cuando el General Juan Velasco Alvarado tomaba el poder en el Perú a través de un golpe militar, invocando una vetusta y trasnochada revolución nacionalista; la misma que condenaría al país, no sólo a más de una década de dictadura militar, sino al más oscuro ostracismo político, económico y social en Latinoamérica.
Las otrora apasionantes historias revolucionarias de Fidel, el Che Guevara y otros ilustres innovadores del pensamiento político socialista en América Latina, venían cayendo en desgracia producto de la sumisión, olvido, y pobreza a la que habían orillado a sus pueblos.
Cuba - cual buque insignia de los movimientos revolucionarios en América Latina - sufría los embargos y bloqueos del gobierno norteamericano, mientras los objetivos primarios de la revolución se iban desvaneciendo, hasta convertir los vítores y aplausos de sus inicios, en reproches constantes del pueblo.
Rusia también sufría los avatares del impenetrable muro que había tendido en sus fronteras y la de sus aliados, tratando de que nadie ingresara a contaminar la mente de sus súbditos con gritos de libertad y democracia; sin darse cuenta que la misma cerca que dejaba afuera a los demás, los encerraba a ellos mismos.
Es casualmente en el momento más débil del socialismo de los sesentas, que el Perú ingresa a destiempo a un periodo revolucionario - impulsado desde los cuarteles militares - expropiando empresas privadas y sustituyendo a las autoridades elegidas democráticamente, por simples y serviles funcionarios designados a dedo.
Cientos de peruanos fueron deportados o torturados en cuarteles militares; los medios de comunicación fueron confiscados y no había siquiera obituario que antes de ser publicado dejara de pasar por la inspección del imponente aparato militar. Los colegios eran réplicas de los cuarteles hasta en la vestimenta militar de sus alumnos; y no se podían adquirir productos importados, ni siquiera medicinas.
Nuestra juventud creció sin escuchar rock o música moderna, pues en cuanto canal de televisión o radio existía, se escuchaba sólo música folklórica o criolla. Era imposible pensar que nuestros niños pudieran ver películas como Harry Potter, la Guerra de las Galaxias o Superman, pues la censura era infranqueable; se cerró el espacio aéreo al trineo de Papa Noel o Santa Clauss y el nacimiento del niño Jesús fue sustituido por el nacimiento del niño Manuelito, entre otras “perlas revolucionarias”.
A los pocos años de iniciada la revolución velasquista, se empezó a generar entre la población el mismo descontento popular del pueblo cubano - que en balsas rudimentarias trataba de huir de su país - pues los beneficios de la tan sonada revolución nacionalista peruana no llegaban al ciudadano de a pie, por lo que el dictador de turno - copiando el modelo cubano - impuso restricciones y tendió una red de infidentes a nivel nacional.
Sumidos en esta dictadura - con ropaje de nacionalismo - nadie podía criticar al gobierno sin correr el riesgo de que cualquier vecino lo denunciara y en el acto agentes de inteligencia militar comenzaran a amenazar la integridad de aquél que había cometido el grave delito de ejercer su derecho de opinión.
Recordando esta fase de nuestra historia, me pregunto cómo es que ahora algunos pueden dar discursos de corte dictatorial; pretendiendo que nuestras frágiles memorias olviden aquello que vivimos o vivieron nuestros padres durante la revolución militar de los sesentas y setentas.
El año 2006 tomamos decisiones trascendentales, no sólo para el futuro del país, sino el de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos; por ende, es deber de todos advertir estos tufillos dictatoriales que se empiezan a avisorar, antes de que sea demasiado tarde.
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