En nuestros países se da más importancia a la “viveza criolla” que al uso científico de la encuesta como instrumento científico de análisis.
Algunos políticos creen que pueden conseguir votos engañando a los electores acerca de sus propias posibilidades electorales y falsifican «encuestas» para convencer a la gente de que van a ganar.
Quienes así proceden, usan un fusil de alta precisión para cazar conejos dando golpes con la culata. La encuesta sirve para todo lo que enumeramos anteriormente y es un arma extraordinariamente poderosa para ganar una elección. Si se la utiliza para mentir sobre porcentajes, su eficiencia es baja.
Las ideas que están en la mente de quienes falsifican resultados de encuestas para favorecer a un candidato son las siguientes:
- Los electores, sobre todo si son poco informados, pobres y marginales, son fáciles de manipular.
- Todos los electores están pendientes del resultado de la elección.
- Los indecisos tienden a votar por ganadores.
- Si exagero mis posibilidades de triunfo, los que quieren votar “ganador” votarán por mí.
Detrás de todo esto hay una hipótesis: los ciudadanos comunes son como los activistas de la campaña y se desvelan por el resultado de la elección. Esto es falso. La mayoría de electores y especialmente los indecisos tienen otras preocupaciones. Si no fuera así se dedicarían a la política.
La difusión de resultados de simulaciones electorales tiene impacto en el equipo de campaña, en los financistas que pueden apostar más o menos a un candidato si parece ganador, en periodistas que lo apoyan de alguna manera. Pero incluso este impacto es relativo: este tipo de personajes no se deja engañar con un dato y tienen acceso a información que les permite ubicar los fraudes.
Las investigaciones sobre el tema comprueban que los electores indecisos son los menos interesados en la política, los que menos leen o ven los resultados de las simulaciones y por tanto los que menos se afectan por esas publicaciones. Deformar los números de las encuestas no da votos.
La tesis del poco impacto electoral de la publicación de encuestas está respaldada por la opinión de consultores políticos profesionales del primer nivel. El propio Joseph Napolitan, con su enorme y variada experiencia afirma tajantemente que la publicación de encuestas electorales no ejerce influencia sobre la intención de voto de los electores porque produce un conjunto de reacciones contradictorias que suman cero.
En América Latina existe además un efecto inverso que generalmente no se toma en cuenta. El seguro triunfo del Sandinismo en Nicaragua, el de Jaime Nebot en Ecuador y el de Mario Vargas Llosa en Perú, anunciados reiteradamente por encuestas aplicadas mucho tiempo antes de la elección, son algunos casos en los que el optimismo de las previsiones terminó en un fracaso.
Generalmente quienes son vistos como seguros ganadores terminan con resultados más pobres que los previstos por las encuestas aunque ganen la elección. Los que parecen débiles en las simulaciones suelen conseguir una mejoría en sus pobres resultados. Aquello de preferir al candidato con posibilidades de triunfo funciona más ante un encuestador que en la soledad de la urna.
Esto es difícil de aceptar para quienes están en una campaña electoral: no entienden que sus angustias no sean compartidas por la mayoría de la población.
Sueñan con un país en el que todos los electores sean políticos y no se adaptan a una sociedad en la que los políticos deben ser portavoces de mucha gente con inquietudes de otro orden. Si los políticos quieren mantener su vigencia deben saber que la política democrática es didáctica. Se necesita aprender de la gente a través de las encuestas de opinión y no pensar solamente en conducirla. La política antigua se hacía con líderes mesiánicos y masas sumisas. Ahora hay que escuchar y conducir, tener la modestia de aprender y la capacidad de señalar caminos.
Hay además algunos factores que perjudican a los «seguros ganadores» de las encuestas:
En países como Norteamérica, se rinde culto al triunfador y los electores tienden a seguirlo. En los países latinos hay simpatía por las víctimas, por los derrotados, por los débiles. Cuando en Estados Unidos se designa a un empresario o a un actor exitoso para un alto cargo en la administración pública la gente lo aplaude. En muchos países de Latinoamérica casi parecería que cometen un delito. La suspicacia frente al éxito y la conmiseración por los caídos pueden actuar en contra de quienes aparecen como ganadores en las encuestas.
Cuando los seguidores de un candidato se convencen que ha ganado la elección aflojan su ritmo de campaña y se dedican a disputar los pedazos de un poder que consideran seguro. Muchos mandos medios de la campaña se dedican más a buscar puestos en el futuro gobierno que a ganar la elección. En los “derrotados” por las encuestas publicadas se produce a veces el efecto inverso: se sienten motivados por esto y redoblan sus esfuerzos hasta ganar la elección.
Desde el punto de vista del comportamiento de los electores una sobre venta del triunfo con encuestas «optimistas» puede ser negativa. Si el elector cree que su candidato «ya ganó» no hará esfuerzos para concurrir a las urnas. Si cree que su voto puede ser decisivo irá a votar aunque llueva o amanezca sin ganas de hacerlo.
Finalmente no es verdad que la gente sea tan fácil de engañar. Todas las investigaciones coinciden en que los electores perciben la realidad política de forma intuitiva pero con más sentido común que muchos políticos e intelectuales. Cuando en las encuestas se pregunta a la gente quién va a ganar las elecciones se comprueba que normalmente la mayoría percibe lo que está ocurriendo. Se constata al mismo tiempo, que muchos de los que votan por un candidato creen que perderá la elección. Quienes hacen la campaña tienen intereses más concretos por los que quieren triunfar. Los votantes comunes tienen motivaciones como la protesta, el temor, la simpatía o el sentido del humor que no se vinculan con la posibilidad de triunfo del candidato.
A esta altura está claro que las encuestas son armas formidables para armar estrategias electorales o de gobierno. Como truco para conseguir votos publicando simulaciones que exageren las posibilidades de éxito de un candidato no son eficientes y pueden ser nocivas.
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