Estudios demuestran que el ser humano tarda más mintiendo que diciendo la verdad. Y es que se considera que la mentira es una elaboración compleja, mucho más complicada que la verdad. Las ficciones, aunque falsas, no se consideran mentiras.
Un mentiroso es una persona que tiene cierta tendencia a decir mentiras. La tolerancia de la gente con los mentirosos habitualmente es muy pequeña. A menudo sólo se necesita que se sorprenda a alguien en una mentira para que se le asigne la etiqueta de mentiroso y se le pierda para siempre la confianza.
Que las mentiras desaparezcan completamente del ámbito de la política es algo virtualmente imposible. Sin embargo, cada mentira política es susceptible de ser descubierta y llegar a tener efectos nefastos para un político.
Una mentira famosa a nivel internacional fue la del ex Presidente de los Estados Unidos Bill Clinton, quien por meses afirmó que no había pasado nada entre él y Mónica Lewinsky. En el Perú recordamos la negación de paternidad que por largo tiempo sostuvo otro ex Presidente de la República.
Claro está, en política una mentira puede ser una falsedad genuina o una verdad selectiva, más conocida como “verdad a medias”. Pero al fin y al cabo, ambas son falsedades y por tanto mentiras.
En momentos en que nos encontramos en plena campaña electoral y no escasean las afirmaciones temerarias, me pregunto qué descubriríamos si en vez de pasar a los candidatos por un corte de cabello, se les pasara por un polígrafo.
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