De un tiempo a esta parte se ha venido repitiendo la frase “guerra sucia”, tratando de descalificar a quien atribuye un hecho o cuestiona la conducta de un político. Lo cierto es que existe una abismal diferencia entre una “guerra sucia” y acciones legítimas de desvelamiento de la conducta de algunos personajes de la política.
El atribuir el calificativo de “guerra sucia” a toda denuncia, cuestionamiento o recordación de actos reprochables de un candidato, es sencillamente pretender descalificar al mensajero, desviando la atención de la ciudadanía respecto al mensaje o hecho atribuido a un político poco transparente, que se niega a aclarar los hechos.
Ejemplo de “guerra sucia” se dio durante la reciente campaña municipal. Personajes desconocidos filtraron a los medios de comunicación audios obtenidos ilícitamente de una de las candidatas, con el fin de hacer escarnio de ésta. Los audios no mostraban nada ilícito, sin embargo la utilización reiterada de dichos audios llevó a la derrota de la candidata.
Lo mínimo que se le debe exigir a un político es transparencia. Pero si éste no se presenta de manera transparente, los oponentes están en la obligación de exigirle públicamente una aclaración. No tanto para satisfacer al oponente, sino para que la ciudadanía, que tiene todo el derecho de conocer a fondo las conductas de quienes pretenden ser beneficiados con su voto, pueda emitir un voto informado.
Así que señores candidatos, no pretendan confundir “transparencia” con “guerra sucia”.
Al pan, pan y al vino, vino.
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