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sábado, 3 de marzo de 2007

EL LENTO, SOSTENIDO Y SOTERRADO AVANCE DE LA IZQUIERDA EN EL PERÚ

En noviembre del año 2000, tirios y troyanos celebraron lo que se había venido a denominar el retorno de la democracia al Perú. Partidos políticos de derecha, centro e izquierda abarrotaron plazas agitando las banderolas más variopintas que el Perú haya podido concebir en un solo acto "cívico".


Sin embargo, ante tanta algarabía, casi nadie se daba cuenta del tejido que se estaba armando desde la entonces alicaída izquierda marxista, que astutamente comenzaba a penetrar los cuadros políticos del neonato gobierno de transición, en el que 22 millones de peruanos centraban todas sus legitimas esperanzas de justicia social y reconstrucción de los valores en el país.

Es así como desde su posición de espontáneos participes en las fugaces manifestaciones en que se coreaban lemas y cánticos para derrocar al entonces dictador, comenzaron su ascenso lentamente hasta los niveles más cercanos de influencia al Presidente de la República, desde cuyo posicionamiento lograron ubicar ministros y viceministros, paso crucial para el copamiento de muchos niveles de jerarquía inferior.

Pero dicho copamiento de cargos públicos no se detuvo allí, sino que simultáneamente se comenzaron a escuchar voces - en un principio entre los pasillos y luego a través de la prensa - que enmascaradamente indicaban los beneficios que podría traer para el gobierno la participación de la "sociedad civil".

Generadas las corrientes de opinión a favor de sus posiciones desde aquellos que ocupaban cargos de importancia, iniciaron la labor de penetración del aparato estatal por parte de una serie de ONGs dirigidas por personajes de izquierda y de desconocido financiamiento.

Fue entonces que las ONGs - luego de la caída del muro y los cambios en el régimen socialista desde la Perestroika – fueron convocadas por aquellos sectores que habían sido copados por los seguidores no confesos del régimen socialista.

Desde aquellos espacios de participación, la izquierda comenzó a recuperar bastiones perdidos, como son los de educación, salud y los programas sociales; pero esta vez dentro del sistema estatal, como participes activos con delegatura especial de determinados sectores.

Por su lado, desde el Sector Justicia, otro grupo de ONGs ingresaba a las comisiones encargadas de revisar los procesos contra terroristas a fin de lograr su liberación.

Quienes en un momento hicieran apología del terrorismo, se convirtieron en las personas que decidían respecto a recomendaciones de liberación de sus defendidos, logrando sus objetivos a través de un tibio y negligente gobierno de transición.

Concluido el denominado Gobierno de Transición y electo el nuevo Presidente del Perú, estas personas lograron reubicarse convenientemente en el aparato estatal, pintando las caras de cándidos políticos con su labor dentro del gobierno de transición y su lucha por el derrocamiento de la dictadura.

Desde sus bastiones continuaron con su labor de penetración, enrostrando a nuestros políticos de turno la figura de los Derechos Humanos cada vez que se veían amenazados en sus posiciones.

Hicieron del chantaje político su mejor arma contra la democracia que supuestamente reconstruían y de la denuncia a discreción contra oficiales de nuestras Fuerzas Armadas, la herramienta más eficaz para minar sus niveles de eficacia y reacción contra su soterrado avance.

Estas ultimas semanas hemos visto a través de los medios de comunicación el avance del terrorismo en zonas de las cuales ya había prácticamente desaparecido y, observando incrédulo estos hechos, me pregunto que pensarán las familias de esos humildes policías que han sido asesinados en las últimas emboscadas y los hijos de cientos de militares que ofrendaron sus vidas en su lucha contra el flagelo del terrorismo.

Dos gobiernos, dos ventanas abiertas para el resurgimiento de pensamientos políticos retrogradas y el resurgimiento del fenómeno terrorista.

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