TRADUCTOR

martes, 29 de enero de 2008

EL ESPEJO POLÍTICO DEL PAÍS... CRUZANDO PENSAMIENTOS POLÍTICOS.


Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son; pues mientras algunos pasan inconsultamente a engrosar los índices de pobreza o pobreza extrema – y ello les ocupa todo el tiempo – otros logran el éxito económico, en perfecta convivencia con el mercado, en el entendido que si bien el dinero no es importante, mucho dinero “ya es otra cosa”.

En este sentido, podemos percibir que la sociedad está dividida en dos grandes clases: la de los que tienen más comida que apetito y la de los que tienen más apetito que comida, sociedad en la cual la regla no es “tu y yo”, sino “tu o yo”; pues si bien el comercio mezcla a los hombres no los une.

Y en este marasmo de nuestra sociedad, encontramos a otros tantos que conviven en el mundo de la política, que no es otra cosa que un acto de equilibrio entre la gente que quiere entrar en ella y aquellos que no quieren salir.


En dicho mundo aprenden en las justas electorales a predecir lo que va a suceder mañana, el mes próximo y el año que viene, y a explicar después porqué no ocurrió lo que señalaron que sucedería. Sin lugar a dudas, nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la pesca.

Proclaman en plaza publica y voz alta la libertad de pensamiento, pero a la vez piden la muerte de quien no piensa como ellos. Saben tanto entonces que - como diría una abuela portorriqueña – “saben a mierda”. ¡Cómo no entendiera el pueblo que el camino más corto para arruinar un país es entregarlo a los demagogos!.

La diatriba política comienza y los argumentos en uno y otro sentido se asemejan al disparo de una ballesta, siendo igual de efectivos dirigidos a un gigante que a un enano; con el claro convencimiento de que ubicados en una plaza pública - frente a una multitud que aclama - es el acento el que convence y no la palabra. En esos momentos el auditorio es variopinto y quienes aplauden la opinión del orador de turno la llaman opinión; pero los que la desaprueban la llaman herejía.

Y así avanzan rumbo al portal de la política, colocándonos al paso del tiempo frente al clímax democrático del acto electoral, momento en el cual, frente al ánfora, nos encontramos en la disyuntiva de optar entre dos o más males. La regla de oro entonces es “vota por el que promete menos, ya que será el que menos te decepcione”. A nosotros - como simples electores - no nos queda otra cosa que acudir al acto electoral resignados a optar por alguno de los males. Bien dicen que la democracia tiene por lo menos un mérito, y es que una autoridad electa no puede ser más incompetente que aquellos que han votado por ella.

Ya electos y con pleno conocimiento de que el fin de la política debe ser el bien del hombre, sus aparentes convicciones democráticas - proclamadas en cuanta plaza pública estuvieron - comienzan a desvanecerse; sin tomar conciencia que las convicciones políticas son como la virginidad: una vez perdidas, no vuelven a recobrarse.


Comienza entonces la farra y la contratación de funcionarios incompetentes que se convierten en los empleados que el ciudadano paga para ser la víctima de su insolente vejación. El mismo camino se sigue con el gasto público injustificado, que sólo encuentra limites en la iliquidez de la institución. ¡Nadie puede sospechar cuántas idioteces políticas se han evitado gracias a la falta de dinero!.

En este casi apocalíptico espejo político nos vemos cada cinco años tratando de entender que de nuevo trae cada candidato o sencillamente de escuchar atentamente al mejor orador o al que mejores pullas coloca a su contrincante.

Es necesario que nuestras autoridades electas comprendan que si el gobernante se impone por sus cualidades y mantiene el orden en armonía con las buenas costumbres, el pueblo sentirá vergüenza de actuar mal y avanzará por el camino de la virtud. Quizás el arte de gobernar sea precisamente eso: el arte de saber valorar al pueblo y esforzarse por alentar y cumplir sus sueños.

Aún tengo la esperanza que nuestras autoridades cambien, pues deben entender que gobernar es rectificar; pero también deben comprender que para ello es necesario que sean conscientes que no se puede cambiar el curso de la historia a base de cambiar los retratos colgados en la pared, ni actuar como los pacifistas que como la oveja aun creen que el lobo es vegetariano.

No sé si algún día me veré en el espejo político cuyo reflejo he tratado de describir, pero lo que si sé, es que si al abrigo del seno embriagador del poder decaigo, tendré a personas amigas capaces de decirme en su momento que hay un deber que cumplir para con la patria y que a ella nos debemos, sea ésta grande o pequeña, puesto que ninguno ama a su patria porque es grande, sino porque es suya.

No hay comentarios.: