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viernes, 17 de noviembre de 2006

LA FERIA DOMINICAL: UN RITUAL EN EL CAMPO


Hace unos meses estuve en las zonas altas de Cajamarca visitando comunidades y pequeños centros poblados - al parecer nunca recordados por los gobernantes de turno - y entre el extremo frío de la noche y abrazador calor del mediodía, conversaba con un grupo de pobladores respecto a sus problemas y expectativas de desarrollo.

Un poblador, mientras observábamos las montañas, a la espera de ver a los primeros campesinos llegar de sus caseríos para una reunión en la que trataría el tema del presupuesto participativo - que era la razón por la que me encontraba en dicho centro poblado - me comentaba que la comunidad se dedicaba a la agricultura de sobrevivencia, es decir de pequeña – muy pequeña diría yo – escala, y a la ganadería.

Este pequeño poblador de tez quemada por esa extraña mezcla de calor y frío imperante a esa altura, de pie a un lado del local municipal que con orgullo mostraba - pues era la única edificación en material noble y pintada de un color amarillo intenso – me relataba que sus padres y sus abuelos habían sembrado en las laderas de los cerros una parcela y que ahora parte de ésta le pertenecía por herencia.

Mientras el sol me tostaba la cara - no acostumbrada a un sol tan intenso - narraba como hacía pocos años en las faldas de una colina ubicada frente al lugar donde nos encontrábamos, el ejercito llegó a capturar “terrucos” mientras éstos “ajusticiaban” a las autoridades de la zona.

Con los ojos muy abiertos - como si estuviera observando la escena – narraba con el dedo índice levantado que los terrucos alertados de la presencia de militares por sus vigías, ingresaron a las casas del pueblo y se metieron en la cama con sus mujeres, ocultando sus armas para evitar ser capturados. No pudieron capturar a ninguno, concluyó, pues nadie entonces se atrevía a denunciarlos.

Sin embargo, lo primero que me llamó la atención en dicho inhóspito lugar fue el movimiento inusual que se veía cuando con los primeros rayos del sol arribábamos al centro poblado. Se trataba de camiones y camionetas que con las primeras luces del alba llegaban a estacionarse al final de la trocha que lleva al inicio del pueblo.

Habíamos llegado el día de la feria. En este único día de la semana el pueblo desde el amanecer empieza a mostrar un inusual movimiento de pequeños camiones de carga, mulas y campesinos de a pie, todos ellos llevando a cuestas productos para la venta, como lamparas, pilas, radios, ropa, papas, ganado, etc.

Se trata de comerciantes que con el alba comienzan a llegar al pueblo para ubicarse en algun puesto del mercado o en la periferia, mercado que a diferencia de la ciudad solo son ocupados en este día especial.

Los camiones, mulas y pobladores de los caseríos “bajan” al pueblo y desplegando sus telares sobre el piso de tierra asentada o pequeños andamios improvisados, despliegan su “mercadería” durante toda la mañana; mientras que en el fondo en pequeños puestos se puede ver el vapor saliendo de las cocinas de barro con ollas de caldo de cordero, rodeadas por una mesa y banquetas para los parroquianos que con el frio buscan refigio en estos habitaculos cuyas banquetas son tan frías que al sentarse da la sensación de estar posándose sobre un cubo de hielo.

Cerca del medio día, mientras el sol calcina a cualquier humano que se atreva a posarse frente a él por mas de 30 minutos, se inicia el intercambio comercial: todos venden o compran algo. Aquellos pobladores que tras horas de camino llegan de pequeños caseríos se enfrascan en un ritual comercial con los comerciantes que desde la capital de la provincia o distrito han llagado para la ocasión en sus relucientes camiones.

Así transcurre el día hasta que entrada la tarde, cuando el frío empieza a calar los huesos nuevamente y se puede ver a algunos de los pobladores embriagados no precisamente por el sol, comienza la retirada. Los comerciantes levantan los productos que no han podido vender, así como aquellos productos agrícolas, tejidos y quesos que a precios realmente increíbles han logrado comprar a los ocasionales vendedores de los caseríos.

Entrando la noche, se puede apreciar como las caravanas de camiones y pobladores comienzan a retornar a sus lugares de origen perdiéndose en el horizonte, entre la espesa bruma que el frío comienza a levantar.

Mañana será otro día y aquellas caravanas de camiones partirán a otro poblado en cuya Feria nuevamente empezará el ritual.

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